NUESTRO YO EN LOS ARMARIOS
Aquello iba de ropa y camisas colgadas,
nuestro yo en los armarios: disecciones sin sangre
proyectando las formas y furias personales.
Las
mangas agitaban su lucha cuerpo a cuerpo,
un
esfuerzo de brazos desprovistos de músculos
y de
puños fingiendo el gesto de las manos.
Quebrantadas
costuras, perchas caídas de hombros.
Botones liberados
de la prisión del hilo
tendían un desierto al pie de los ojales.
Salieron con la soga de entrelazadas prendas,
con el espejo donde se acusan los colores,
con la astilla que araña el tacto de la seda.
Alguien
sacó cuchillos al ver unas tijeras.
Pero
todos a un tiempo rasgaron las cortinas
para que
el sol mordiera el rojo de las telas.
¿Quién
abrió los armarios? Se abrieron desde dentro.
Y el
armario más viejo del más oscuro fondo
hospedó
en sus cajones harapos y sudarios.
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